martes, 15 de julio de 2014

Averiguar si unas gafas son de oro

Hoy he estado toda la mañana en el despacho de mi abogado, José Luís. Esto ya se ha convertido en una pesadilla y sólo de pensar la que me espera mañana en el Juzgado, no puedo conciliar el sueño. Estoy citado para un juicio (y ya es el tercero este año) y esta vez yo soy el denunciado. Jamás pensé que podríamos llegar a este extremo. José Luís me dice que no me preocupe, que estas son cosas que pasan y que dentro de unos meses me estaré riendo de lo sucedido y contándolo a mis amigos como una anécdota más. Pero claro, los abogados viven de estas cosas y están acostumbrados a procedimientos judiciales, juicios, juzgados, declaraciones… Yo la verdad, no estoy hecho para eso. Con deciros que cada vez que tengo que ir a la Ciudad de la Justicia, me tomo un par de tranquilizantes de los fuertes, ya os podéis hacer una idea de cómo me pongo. Lo malo es que, como dice el abogado, cuando me toman declaración, parece que estoy borracho perdido. Pero como no sea sedado, yo no podría sobrellevarlo. Los nervios me comen. Toda esta historia empezó en noviembre del año pasado, cuando entré a comprar en aquella maldita óptica del pueblo de mis padres. A mí con 5 años me detectaron un problema de visión grave. Aquello mío tenía un nombre muy raro y ya ni recuerdo qué fue exactamente. Sólo sé que me operaron y se me corrigió, aunque como secuela inevitable, sufrí miopía de por vida. Sólo un par de dioptrías en cada ojo, pero lo suficiente para no ver bien y tener que usar siempre gafas. Cuando tenía 18 años traté de ponerme lentillas, pero yo era incapaz de aprender a colocarlas y retirarlas de mis ojos. Muchos años después, como mi trabajo me empezó a generar considerables ingresos, un día me encapriché con comprarme unas gafas de oro macizo. Mis amigos me decían que para qué quería tener unas gafas así, si lo más normal era que acabara perdiéndolas o dejándomelas olvidadas en cualquier parte y más con mi tendencia natural a los despistes y a esa clase de descuidos. Recuerdo que se burlaban con frecuencia de mí y me decían que ya mismo me verían como a los viejecillos, con las gafas colgadas del cuello con un cordón también de oro. Aunque me reía con ellos, reconozco que la idea del cordón de oro me gustó, pero empezaría con las gafas y más adelante, ya me plantearía lo del cordón de oro. La verdad es que era una forma estupenda de no perderlas, pero cualquiera iba a aguantar a mis amigos con el cachondeo un día y otro… En la óptica encargué unas rayban modelo Aviator de oro macizo de dieciocho kilates, que pagué por adelantado. Cuál no sería mi sorpresa, cuando al mes de empezar a usarlas, descubrí que se estaban oxidando. Y claro, todo el mundo sabe que el oro no se oxida. Acudí a la óptica muy enfadado y les puse una reclamación. Previamente en el compro oro de mi cuñado, comprobaron que las gafas, en efecto, no eran de oro. Ni siquiera llevaban un baño de tal metal. Se trataba de un metal pésimo, cubierto con un líquido dorado. Resulta obvio que los de la óptica eran unos estafadores. Les llevé un certificado del COMPRO ORO, donde indicaban que el metal de la montura no era oro, y aún así se negaron a atender mi reclamación. Ellos decían que las gafas que me entregaron sí eran auténticas y con oro de verdad, pero que yo las había cambiado. Fui al despacho de mi abogado y presentamos una demanda. Los de la óptica, ni cortos ni perezosos, me denunciaron también a mí, alegando que yo había entrado al establecimiento insultándoles y amenazándoles con causar lesiones al propietario del local y daños al local mismo. Por supuesto todo era falso y se trataba de una represalia por la demanda que yo había presentado. Lo último que han hecho es denunciarme otra vez por calumnias, ya que dicen que yo voy por todos lados diciendo que son unos ladrones y unos estafadores. Mañana tenemos el juicio por eso, como os decía al principio. Y aquí sigo, sin poder dormir. Así que me he puesto a escribir en el blog. Al menos me desahogo.

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